La comunicación con los niños y niñas es algo que he aprendido a valorar profundamente a lo largo, no solo de mi vida personal, sino laboral. Cuando comencé a realizar las prácticas profesionales, me di cuenta de la importancia de elegir mis palabras con cuidado al interactuar con las niñas del Hogar Nuestra Señora del Milagro y los niños y niñas del comedor. No solo como una buena práctica profesional sino por respeto hacia ellos mismos.
Los niños son como esponjas, absorben todo lo que les rodea, especialmente lo que les decimos. Las palabras que les ofrecemos tienen un poder inmenso para dar forma a su visión del mundo y, lo que es aún más crucial, a su propia imagen. Entendí que mis palabras podían influir en su autoestima, su confianza y su percepción de la realidad.
Observar su desarrollo del lenguaje y la comunicación me hizo comprender que mis palabras eran un modelo a seguir para ellos. Elegir palabras cariñosas, alentadoras y comprensivas se volvió esencial para construir una base sólida en nuestra comunicación. Tengo el deseo de que aprendan a expresar sus pensamientos y emociones de manera adecuada, sabiendo que siempre podrán confiar en mí para escucharlos sin prejuicios ni críticas.
A lo largo de este tiempo, he aprendido que el elogio de sus esfuerzos y logros, en lugar de enfocarse únicamente en los resultados, era esencial para su crecimiento. Quiero que comprendan que el valor no reside en la perfección, sino en el esfuerzo y la perseverancia. Ver sus sonrisas y su crecimiento emocional me recordó constantemente que mis palabras tenían el poder de moldear su mundo de maneras diversas.
Para finalizar, la experiencia de esta práctica interactuando con niños y niñas de diferentes edades, me ha enseñado que la elección cuidadosa de las palabras cuando me comunico con ellos es innegablemente crucial. Mis palabras pueden marcar una diferencia significativa en sus vidas y, en última instancia, en la sociedad en general. Siempre dejando una huella positiva en su crecimiento y desarrollo personal.